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Thursday, September 06, 2007

LA DISPUTA POR LA NACION

LA LIBERTAD COMO BASE PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA CIUDADANÍA

LAURA GARCIA

¿Cómo planteamos un nuevo discurso para la política en México? Nos enfrentamos a la falta de experiencia de otro tipo de política y la falta de oportunidad de llevar otro discurso al poder. Nos es imposible entonces comprobar si lo que planteamos es viable y, por lo tanto, resulta muy difícil convencer a los demás.
¿Cómo empezamos a discutir los temas claves para el país? ¿A partir de qué hechos podremos encontrar conjeturas que nos permitan planear una política para el futuro? La compleja relación entre la política y el mundo provoca la falta de equilibrio en los sistemas políticos. Las políticas públicas producen resultados diferentes y si hay un equilibrio es siempre inestable, donde súbitamente aparecen erupciones. Es en estos momentos críticos y constantes de la política que las fuerzas racionales que resisten las viejas concepciones míticas, pierden la seguridad en sí mismas, y los mitos resucitan. Resultado de deseos colectivos, los mitos se crean a partir de procesos conscientes y racionales, no son frutos de la imaginación política de la masa inconsciente de ciudadanos.
La política en México ha sido elaborada de acuerdo a un plan; los mitos en la política también. Son creados a partir de la intención de encontrarle una razón y una teoría a un credo subyacente. La teoría surge después del mito y se vuelve irrefutable, es decir, no se puede comprobar. De esta forma los mitos acaban por asentarse en lo más profundo de la política, terreno donde no se hacen descripciones de las cosas ni relaciones de las cosas. Los políticos tratan más bien de producir efectos y corroborar las teorías: de ahí que se hable con mitos y que la política termine pareciéndose a la brujería. La importancia de los ritos es otra de las similitudes entre la política y la brujería. El mito y el rito, repetidos y constantes, terminan por adormilar al ciudadano. Como menciona Ernst Cassirer en su libro El Mito del Estado,
“nada puede adormecer mejor nuestras fuerzas activas, nuestra capacidad de juicio y de discernimiento crítico, ni quitarnos nuestro sentido de la personalidad y la responsabilidad individual, como la persistente, uniforme y monótona ejecución de los mismos ritos. La responsabilidad individual se vuelve cosa desconocida.”
No cabe duda que tenemos que abandonar los ritos tradicionales de la política. Pero para abandonarlos no basta con saltar a otra teoría que no pueda ser comprobable y refutable con hechos concretos. La idea de refutabilidad de una teoría es sumamente importante. Karl Popper en su estudio sobre la historia y filosofía de la ciencia, dijo que la fuerza de una creencia está en su repetición. La repetición de un resultado fortalecerá una teoría. Pero para que esta teoría no se convierta en dogma hay que tener la capacidad de refutarla con hechos. Históricamente así ha avanzado la ciencia: las nuevas teorías reemplazan a las viejas. Esto debe intentar copiar la política de la ciencia: que la tradición científica empieza con mitos pero avanza con la crítica de estos mismos. Las teorías en la ciencia no se transmiten como dogmas, sino más bien con el estímulo a discutirlas y mejorarlas. Si bien no se puede inferir una teoría a partir de la observación, sí se puede refutarla.
La mejor opción que tenemos en la discusión de temas de política es revisar nuestras propias teorías. Los políticos deben también revisar sus teorías y, si es necesario, cambiar el rumbo de acción una vez que la teoría se compruebe errónea. Sin embargo, la política no permite la aplicación del método del ensayo y el error. Los políticos que se comprometen durante campaña a ciertas posturas o a llevar a cabo ciertos programas difícilmente podrán cambiar de rumbo porque las dos palabras, “ensayo” y “error”, son tabús en la política. Hay que prometer antes de actuar y no hay que evaluar los resultados porque se corre el riesgo de ventilar un error. Ralf Darhendorf, en su libro Reflexiones sobre la revolución en Europa, concluye que: “Vivimos en un horizonte de incertidumbre; no sabemos bien qué es correcto, bueno y justo, pero podemos tratar de averiguarlo. Probar significa errar y nuestras instituciones deben proporcionar el modo de corregir los errores; ante todo, no debemos renunciar al intento de mejorar la calidad de vida.”[1]
Será más probable caer en el error si los sistemas políticos se basan en proyectos utópicos que señalan un solo camino y descartan la multiplicidad de formas en que la realidad puede tejerse. Las reglas no deben sofocar el ejercicio de la política, ni el oficio de cada actor individual.
La generación actual de jóvenes sabe que las insignias políticas del pasado se han colapsado. ¿Cuál es el proyecto de nación que más nos conviene? Los que se mantienen fuera de la política coinciden con quienes participan en ella en una cuestión primordial: la importancia de la defensa de la libertad individual.
Todo el mundo sabe que la libertad es una de las expresiones de que más se ha usado y abusado. Todos los partidos políticos nos han asegurado que ellos son los verdaderos representantes y guardianes de la libertad. Pero siempre han definido el término a su propio modo, y lo han empleado para sus intereses particulares. La libertad no es una herencia natural de la humanidad. Para poder poseerla tenemos que crearla. Y para asegurarla no podemos imponer los mecanismos para obtenerla. Además, la libertad es una noción indeterminada, donde se debe discutir hasta dónde llega lo que a cada quien solo le concierne a si mismo.
Si hay algo en común que puedo extraer de la lucha de los jóvenes contra las autoridades es la exigencia de más libertad con menos reglas. El trasfondo esta exigencia no debe considerarse como una mera rebeldía, pues es algo compartido por toda una generación y que rebasa fronteras de sistemas políticos, clases sociales y núcleos familiares distintos. La exigencia de la libertad individual también está vinculada a la interpretación de las normas morales y la conducta social aceptada. Un principio importante que determina las reglas de conducta, tanto en los hechos como en la tolerancia, que se hace cumplir por las leyes o por la opinión, es el grado de libertad individual que hay en estas reglas.
La individualidad no solo es una de las condiciones esenciales del bienestar, sino que es un elemento relacionado con todos los términos que se discuten en propuestas políticas, la educación, la cultura, la justicia social, por decir algunos. La individualidad no solo forma parte de estas palabras sino es condición necesaria de todas ellas. Si se apreciara plenamente el lugar de la individualidad en los proyectos políticos, no correría peligro el ajuste de la libertad y el control social. Pero no hay reconocimiento de la importancia de la individualidad para el progreso del país. Esta individualidad significa también la capacidad de disentir en la interpretación de la experiencia política del país. El poder de elección, traducido no sólo en la postura política sino en las costumbres, la percepción, el juicio, sentimiento de diferenciación y preferencia moral, no sólo debe permitirse plenamente sino incentivarse. Por ejemplo, incentivar la participación de los individuos con criterios distintos en los proyectos de reforma económica y los de reforma constitucional encausará un proyecto de nación más incluyente y justo. Se deben incentivar también los mecanismos que facilitan el fortalecimiento de la sociedad civil: la prensa libre y plural; la protección a la pequeña empresa; el fomento a la variedad y la protección legal de las organizaciones, asociaciones e instituciones.
Las personas con privilegios no dudan que la libertad es un aspecto primordial en su forma de vivir; el gobierno tampoco niega que la libertad es algo que se exige por la ciudadanía. Pero la defensa de la libertad individual en cada una de las políticas públicas es una medida importante del grado de compromiso de los políticos en turno con el futuro del país. Como dijo Tocqueville en el prólogo de El Antiguo Régimen y la Revolución:
“Los propios déspotas no niegan que la libertad sea excelente, pero la desean sólo para ellos mismos, y afirman que todos los demás son absolutamente indignos de ella. Así, pues, no es sobre la opinión que debe tenerse de la libertad sobre lo que se difiere, sino sobre la estima que el gusto demostrado por el gobierno absoluto es exactamente proporcional al desprecio que se profesa por su país”

La sujeción a reglas estrictas que tienen como objetivo el bien común pero no protegen la individualidad, llevan a la sociedad a un estado de resistencia constante, donde ningún otro proyecto será apoyado públicamente. Para dar la debida libertad es necesario que se permita que quienes sean diferentes puedan actuar y vivir así. Sin la individualidad no se expresa la inconformidad, y sin la inconformidad no hay lugar para la rendición de cuentas, uno de los problemas básicos del país. La única forma de luchar contra la imposición de un mito en la política es mediante la expresión libre de las personas que no pueden vivir adecuadamente en una misma moral. Cualquier política impuesta bajo la bandera del bien común sin permitir la expresión libre e individual, se convierte en un obstáculo para el desarrollo libre y justo de la sociedad. Todas las leyes deben tener un sustento de defensa de la libertad de alguien o algo, si no lo tienen, entonces es simplemente privación de la libertad. En este sentido, la libertad individual no debe ser supeditada a la libertad de la sociedad.
Si se toma en cuenta únicamente la opinión corriente de la mayoría, entonces corremos el riesgo de tener una democracia totalitaria. Las elecciones, la competencia de los partidos y el congreso no son más que procedimientos para elegir a los gobernantes y esta elección no determina los objetivos que se propondrán alcanzar quienes ganen. Ante este límite de la democracia en la promoción de la libertad, es necesario luchar por la libertad individual más allá de lo que la democracia como sistema nos ofrece. No sólo se necesita una aceptación de la autoridad de la existencia de grupos sociales distintos sino que para legitimar esta existencia es necesario asegurar que los grupos sociales compitan en las funciones ejecutivas, estén organizados y coexistan de manera regular en la sociedad.
Otra cuestión íntimamente ligada a la libertad es la capacidad para ejercerla. La libertad y la individualidad sólo pueden funcionar si existe la capacidad del individuo de ejercerlas. Si no se poseen los medios para expresarse libremente no hay ciudadanía independiente. Si la libertad se entiende como la capacidad de un individuo de ejercer sus objetivos y sus medios en función del contexto natural y legal, entonces sólo pueden ser libres quienes tengan los medios apropiados para cumplir estas funciones. En este sentido, la ciudadanía mexicana que ejerce su libertad es una minoría. La incapacidad se convierte en falta de libertad cuando existe una intervención ajena. La libertad real de poder elegir la escuela a la que vayan tus hijos tiene igualmente que ver con la capacidad, es decir, los medios para lograrlo, que con el poder de elección libre, sin que un actor determinado lo impida.
La libertad política del ciudadano no está en la elección de los gobernantes sino trasciende muchas más fronteras. La política actual de México no ha logrado aceptar que la redistribución económica no atenta con las libertades personales y políticas de todos. La reconciliación de la libertad con la capacidad es un gran reto para México. La desigualdad impide la libertad positiva en quienes no estén en condiciones para ejercerla.
La defensa de la libertad como elección y capacidad para elegir es el tema primordial para el desarrollo en México. La apertura reciente de la sociedad civil es una plataforma de oportunidad para la defensa de la libertad individual. Pero para que la sociedad civil continúe fortaleciéndose y creciendo debe haber un compromiso activo del gobierno para crear los mecanismos adecuados para dialogar, incluir y facilitar la creación de grupos sociales. El ejercicio de la libertad de expresión requiere no sólo del permiso legal para hacerlo sino la seguridad adecuada y la infraestructura necesaria para obtener información y distribuirla. La respuesta que tenga la ciudadanía a la democracia que esté viviendo tiene que ver con las condiciones en que ejerce su participación.
La participación libre de la ciudadanía, aunque casi siempre se de en tono de oposición a las políticas que se llevan a cabo, es lo que garantizará la legitimidad del régimen. La transición que vive México en años recientes exige legitimidad, y ésta se garantiza en gran parte mediante la estructura adecuada para que todos los ciudadanos ejerzan su libertad y tengan la capacidad económica, social, legal y política para lograrlo. El derrumbamiento de una democracia es relevante con las limitaciones impuestas a las libertades de sectores importantes de la sociedad. En consecuencia, los políticos tendrán a su vez menos libertad para institucionalizar y defender los proyectos que quieran echar a andar. La consolidación de instituciones políticas legítimas en defensa de la libertad individual es clave para asegurar los cambios a largo plazo sin violencia.






[1] “Hacia el siglo XXI”, Historia Oxford del siglo XX, M. Howard y R.Louis (eds.), Editorial Planeta, España, 1999.

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He sido dirigente del movimiento estudiantil de 1968, dirigente en el PMT, miembro fundador del Movimiento de Acción Política y del PSUM en los setentas. Miembro Fundador de la UNORCA. De abril a julio de 2006 fui el coordinador general de la campaña presidencial de Patricia Mercado. Como funcionario público he sido Subsecretario en la Secretaría de Agricultura, y Subsecretario en la Secretaría de la Reforma Agraria en México entre 1988 a 1994. En 1995 me desempeñé como Director de Desarrollo Rural de la FAO en Roma y desde 1997 hasta 2005 fungí como Representante Regional de la FAO para América Latina y el Caribe. Como escritor soy miembro Fundador de La Jornada y colaborador de la Revista Nexos. De 2006 a 2009 fui profesor visitante en el Taller de Teoria Política de la Universidad de Indiana en Bloomington, dirigido por los profesores Vincent y Elinor Ostrom. EN 2015 fui Profesor Tinker en la Universidad de Wisconsin en Madison. He terminado dos libros a publicarse sobre la transición política en México. He terminado un libro sobre las reformas rurales en 1991 y estoy trabajando en una trilogía novelada. El primer tomo se llama 68.

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